Pueblos solitarios y paradisíacos de la Argentina ideales para desconectar en estas vacaciones de invierno

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Un viejo proverbio dice que un viaje se vive tres veces: cuando lo soñamos, cuando lo vivimos y cuando lo recordamos. Desde que comenzó la pandemia, uno de los mayores anhelos fue el de volver a las rutas y viajar para recuperar libertad y alimentar nuevas vivencias. La necesidad de sentir el aire puro, de poder asimilar la mayor cantidad de cielo, disfrutar de la contemplación de la naturaleza y renovar el contacto con las personas son los deseos que potencian las ganas de hacer una escapada.

Los viajes en pandemia obligaron a repensar el modo en la elección de destinos. Los tradicionales y masivos perdieron terreno ante aquellos más tranquilos y solitarios donde la concentración de gente es menor, y en algunos caso, mínima. En este escenario, las actividades se basan en una agenda que dominan el trekking por bosques y senderos naturales, cabalgatas, navegación o simplemente gozar una comida típica en la galería de un comedor regional. Vivencias, sensaciones y emoción, las claves que se buscan en los viajes en esta nueva normalidad: volver recargados pero también con historias para contar.

El Durazno, Córdoba

El pueblo encantado, el pueblo con magia, el de los silencios y la tranquilidad. El pueblo ideal para el turismo en pandemia. De todas estas formas nombran a El Durazno, aunque los lugareños lo señalan de una manera más coloquial y simple: el pueblo más lindo del valle. Está a 8 kilómetros de Yacanto de Calamuchita. “La llegada a El Durazno es una postal alucinante”, confiesa Daiana Suárez, de la oficina de turismo de la primera localidad.

El camino de tierra sigue el dibujo de los cerros hasta ofrecer una deslumbrante vista del pequeño caserío y los vallecitos. El río Durazno abraza el pueblo, al que se accede por un puente. Es la entrada al paraíso serrano. Las aguas, muy transparentes y frescas, nacen en las laderas del cerro Champaquí (2790 metros); sus playas son las burbujas ideales. Poca gente, el espacio sobra. Las calles del pueblo tienen nombre pintorescos: Los Zorzales, Las Calandrias, Las Liebres. “Para los amantes a la naturaleza, el paisaje que rodea al paraje es asombroso, reina la paz”, afirma Claudia Agüero, de la misma oficina.

Vista aérea del pueblo El Dorado en Córdoba
Vista aérea del pueblo El Dorado en CórdobaAgencia de Turismo de Córdoba
Vista aérea del el río Durazno, en El Dorado, Córdoba
Vista aérea del el río Durazno, en El Dorado, CórdobaAgencia de Turismo de Córdoba
Vista aérea de las casas y vallecitos del pueblo El Dorado en Córdoba
Vista aérea de las casas y vallecitos del pueblo El Dorado en CórdobaAgencia de Turismo de Córdoba

La vegetación abraza las pocas casas. Viven 100 habitantes: son los elegidos de proteger este micromundo de silencios. La música la monopolizan las aves y el lento ronroneo del agua. Hosterías, cabañas y posadas argumentan la idea de dormir en este escenario de ensueño. Caminar por la playa, descubrir senderos, las actividades que siguen los visitantes, también, llegar hasta la Reserva Natural Los Cajones, donde el río se encajona en inmensas paredes de roca que provocan profundos piletones naturales.

¿Más gozo es permitido? Sí: sentarse en algunos de los comedores que ofrecen truchas, chivitos y pizzas recién amasadas. Productores locales venden artesanías, tejidos y conservas. La felicidad envasada. Desde aquí se sugieren caminos para conocer mejor la comarca, el que lleva al cerro Los Linderos donde está la gruta del Cura Brochero, que cruza por un bosque de álamos, o el mirador del Cristo con una panorámica al valle y a las sierras de los Comechingones. “El Durazno, enamora”, dicen.

Los Ángeles, Catamarca

Una larga cuesta que amenaza con quebrar con la esperanza de llegar a destino es el esfuerzo que pide la naturaleza para entrar y asimilar la belleza de este pueblo mínimo enclavado en la montaña donde todas las señales del mundo moderno no entran. “Parece que el tiempo se ha detenido”, afirma Natalia Ponferrada, museóloga y diputada provincial.

Una calle larga y angosta atraviesa todo el caserío; es la única calle. Viven menos de 400 habitantes. Largas hileras de árboles frondosos enmarcan esta vía por donde pasa toda la actividad, de un lado y del otro se presentan las casas, simples, coquetas y antiguas. “Hay mucho verde, paz, sólo se trata de disfrutar del silencio”, agrega Ponferrada.

El principal recurso económico es la nuez. Se pueden visitar las fincas de nogales y probar este fruto seco, que aquí se consumen a diario y de todas las formas. El pueblo está a 2400 metros sobre el nivel del mar. De aquella calle, tímidos, se ven callejones y senderos que conducen a bosques, praderas y campos con ciruelos, manzanos y perales. El río Los Ángeles refresca la tierra del pueblo, es el punto de encuentro. “Se pueden hacer cabalgatas o pescar truchas”, invita Juana Noguera, licenciada en turismo de San Fernando del Valle de Catamarca, a tan sólo 38 kilómetros.

Cabalgatas en Los Ángeles, Catamarca
Cabalgatas en Los Ángeles, Catamarcacarolina cabrera
Cabalgatas en Los Ángeles, Catamarca
Cabalgatas en Los Ángeles, CatamarcaCarolina Cabrera
Cabalgatas en Los Ángeles, Catamarca
Cabalgatas en Los Ángeles, Catamarcacarolina cabrera

Los visitantes que llegan son amantes de una experiencia vivencial. “Es un pueblo muy aislado, llegan los que quieren descansar”, afirma Noguera. Es una agenda básica la que ofrece Los Ángeles: caminar y detenerse a probar los productos locales. Dulces, distintas mermeladas, y nueces confitadas, manjares del terruño. Una hostería municipal, de campo, con un nombre particular, “Niquija”, ofrece alojamiento, también el menú típico: truchas, locro, humitas y empanadas.

Por la noche, las estrellas parecen bajar hasta el pequeño y caprichoso conjunto de casas, las pocas luces aseguran una diafanidad completa. “Todas las actividades se pueden hacer al aire libre, es lo mejor para esta época”, cuenta Ponferrada. La plaza del pueblo, con su bellísima capilla, es el centro cívico. Para espíritus inquietos, “desde el pueblo se puede hacer ascensión a El Crestón, cerro del cordón serrano de Ambato de 2871 metros de altura”, concluye Noguera. La clave, es seguir el ritmo de las señales de la naturaleza y estar atento al mandato de las cocineras, que hacen magia en las ollas generosas y suculentas. Una cazuela de locro humeante, siempre espera en Los Ángeles.

Fuente La Nacion

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