Pablo Gámez, investigador: “El peso de la basura tecnológica actual supera al de la Gran Muralla China”

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“La basura tecnológica actual supera en peso al de la Gran Muralla China”. “La industria digital ya genera el 6% de las emisiones de gases de efecto invernadero (como la navegación marítima y aérea juntas) y es posible que, a finales de esta década, llegue al 30%”. Lo afirma el investigador Pablo Gámez Cersosimo, nacido en San José de Costa Rica hace 50 años, pero asentado en Países Bajos, desde donde es el máximo responsable de Naturally Digital, una organización especializada en sostenibilidad, comportamiento humano, ética y bienestar digital. Tras cinco años de investigación, publicó Depredadores digitales (Círculo Rojo, 2021), una de las obras más completas sobre la huella de la nueva era. Asegura que estamos en un momento clave que precisa de acciones urgentes, inmediatas, para evitar que esta revolución industrial sea la última de la humanidad.

¿La actividad digital puede convertirse en la más contaminante del mundo?

Efectivamente, si no se corrige el rumbo que llevamos. Recientemente, el Foro Económico Mundial calculó que la actividad digital será responsable a finales de la década de 1700 millones de toneladas adicionales de emisiones de CO2, equivalente a las de un país como Rusia. Eso da una idea clara y real de la urgencia.

¿Qué servicios son los que más contaminan?

Hay cinco elementos muy importantes: la huella de carbono por consumo energético de la totalidad de la infraestructura digital, la asociada a la fase de circulación de los productos tecnológicos, la derivada de la economía de la atención, la de extracción de los minerales para el funcionamiento nuestros dispositivos y la generada por la basura electrónica. Los desechos digitales acumulados por la obsolescencia programada hacen prácticamente imposible recuperar los componentes utilizados en la fabricación de nuestros equipos. Es un problema que hemos heredado a las puertas de la web 3.0 y que va a crecer. Por ejemplo, los cacharros para el metaverso y la realidad aumentada están precisamente pensados para dominar el mercado, pero no responden a la economía circular. Estamos a las puertas de un incremento exponencial de los residuos. Y sobre los metales, un informe de la Agencia Internacional de la Energía habla de una necesidad de abrir 50 minas más de litio y de níquel, así como 17 de cobalto. El mundo va a necesitar aumentar, al menos, en 12 veces más para 2050 la producción de metales y de minerales. Cada año necesitamos un monte Everest. Hemos pasado a depender en muy poco tiempo de todos los elementos de la tabla periódica para nuestra tecnología y la minería a cielo abierto es una de las actividades más contaminantes.

Por lo tanto, apostamos por las energías limpias, pero las tecnologías digitales no terminan de ir por el mismo camino.

Hay un divorcio, una contradicción, pero prefiero llamarlo la paradoja del desarrollo. Hay un relato preciso, muy elaborado y sumamente poderoso sobre que la digitalización y las energías limpias son sinónimos de un desarrollo verde, pero olvidamos su base carbonácea. Es un discurso creado por las grandes tecnológicas

Google asegura que todas las fuentes de energía de las que se nutre son renovables.

Hay que admitir que las grandes tecnológicas han hecho un esfuerzo gigantesco por descarbonizar sus infraestructuras, pero aquí vamos a vamos a abrir el melón. Dicen que están utilizando un 100% de energía renovable y significa que han secuestrado la energía que se llega a producir y por cientos de parques eólicos y fotovoltaicos que trabajan exclusivamente para ellos. Han logrado, efectivamente, crear este enjambre de infraestructura en función de ellos, para poder decir que tienen un esquema de funcionamiento sostenible. Desde este punto de vista, es cierto. El problema es nuevamente que la cantidad de metales y de minerales que necesitan y el impacto que tiene, por ejemplo, la producción de todos estos cientos de miles de parques eólicos y de paneles solares no se está midiendo, se deja fuera. Depende de cómo se acomoda el discurso, de hasta dónde se cuenta. Estas tecnológicas son las dueñas, literalmente, de las plataformas que utilizamos para nuestra interrelación y nuestra comunicación y manejan todas las técnicas y todas las posibilidades para crear discursos sumamente atractivos que nos llevan a estas formulaciones que dicen que son sostenibles. Pero hace falta una metodología universal consensuada para fiscalizar este discurso de sostenibilidad. Ya hemos visto que las grandes plataformas no nos cuentan toda la verdad.

Las tecnológicas crean discursos sumamente atractivos que nos llevan a formulaciones que dicen que son sostenibles. Pero ya hemos visto que las grandes plataformas no nos cuentan toda la verdad.

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