Los tsimane, la remota comunidad en Bolivia donde las personas envejecen más lento que el resto del mundo

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Martina Canchi Nate tiene 80 años. Ochenta. Y una vitalidad indómita, desbordante.

En medio de la selva donde vive, una nube de mariposas rojas la escolta mientras camina por su chaco, que es el pedazo de tierra donde cultiva lo que necesita para comer: yuca, maíz, plátano y arroz.

Después de media hora de caminata, Martina desentierra en poco menos de diez minutos y con sus propias manos tres matas de yuca para extraer los tubérculos de la raíz y destaja con apenas dos golpes de cuchillo varias plataneras para arrancarle los racimos, que luego se cuelga sobre la espalda para cargarlos hasta su casa.

“¿No le da miedo herirse?”, le pregunto mientras, ya de vuelta en su quincho, pulveriza con una piedra pesada los granos de maíz con que preparará chicha, la bebida tradicional de su pueblo.

“No sé qué es eso”, me responde con naturalidad.

Martina es tsimane, una de las 36 naciones indígenas oficialmente reconocidas en el Estado plurinacional de Bolivia.

Es una de los 16.000 miembros de una comunidad seminómada que habita en Misión Fátima, un remoto rincón de la selva amazónica boliviana que está a seis horas en bote desde San Borja, a unos 600 kilómetros al norte de La Paz.

Su aislamiento, creen los expertos, ha sido clave en la forma de envejecer de esta etnia, tan única e irrepetible que lleva décadas siendo estudiada por los científicos.

“Los tsimanes tienen menos arteriosclerosis que las mujeres y hombres japoneses que siguen una dieta extremadamente baja en grasas”, le dice a BBC Mundo el antropólogo Hillard Kaplan en la sala de su casa de San Borja, hasta donde viajamos para entender más el trabajo que lidera desde hace más de 20 años.

Sus investigaciones -hechas con académicos de la Universidad del Sur de California y Nuevo México, en EE.UU-, han revelado que los tsimanes tienen las arterias más sanas que se hayan estudiado hasta ahora en el planeta y que su cerebro envejece a un ritmo mucho más lento que el de sus pares norteamericanos, europeos y de otras regiones del mundo.

Ese vigor otoñal que vimos en Martina se repite en decenas de ancianos tsimanes que mantienen en pleno siglo XXI prácticas preindustriales de agricultura, pesca y caza como medios de subsistencia, las cuales -según nos cuenta Kaplan- “implican actividades físicas y formas de alimentarse que evidentemente tienen un efecto en su particular estado de salud”.

Jatata y chicha

En el caso de Martina, una de las actividades que más tiempo le requiere es un oficio exclusivo de las mujeres tsimanes: tejer los techos de las casas de madera con jatata, una planta que crece en las zonas más profundas del pie de monte que bordea a Misión Fátima.

Para conseguir la cantidad adecuada, Martina debe internarse en la selva y caminar seis horas -tres de ida y tres de regreso-, con los pies descalzos, cargando las ramas en la espalda.

“Lo hago una o dos veces por mes, aunque ahora cada día me cuesta más”, reconoce.

Pero el tratamiento no termina allí: tras el secado de la hoja comienza un proceso que es tan delicado como hacer las trenzas a una niña, pero tan complejo como levantar un rascacielos. El tejido debe quedar firme para que no se filtre el agua, pero a la vez no tan hermético como para impedir la entrada del aire.

Muchos de esos techos también se hacen para venderlos en centros urbanos como San Borja o Trinidad, lo que les trae algo de alivio económico a las mujeres involucradas.

“Los tsimanes más ancianos dependen de ellos mismos para comer porque, más allá del apoyo que existe entre familias e incluso de la comunidad, lo cierto es que cada persona responde por los suyos y muchas veces los descendientes de estos ancianos deben pensar primero en alimentar a los sus propios hijos”, le explica a BBC Mundo el médico boliviano Daniel Eid Rodríguez, quien hace parte del equipo de investigación desde sus inicios.

“Eso hace que se vean obligados a realizar actividades diarias que les exigen a todos los niveles, no solo físico sino también mental”, agrega.

Las mariposas rojas detienen su aleteo cuando Martina declara que la chicha está lista. La bebida fermentada, espesa y amarilla, comienza a circular en unas totumas enormes que apenas caben en la mano.

El sabor dulce de lo que beben arranca varias sonrisas.

“Si ves, aquí nadie fuma”, nos dice Jesús Bani, intentando explicarnos la causa de la fuerza que observamos en Martina y los otros ancianos.

“El único vicio para nosotros los tsimanes es tomar chicha”, nos aclara divertido.

El corazón y el cerebro

En marzo de 2013, el cardiólogo estadounidense Randall C. Thompson publicó junto a un equipo de especialistas un estudio que afirmaba que tras examinar mediante tomografías computarizadas a más de 140 momias de tres antiguas civilizaciones (la egipcia, la incaica y la que habitaba las islas aleutianas cerca de Alaska) habían encontrado signos de arteriosclerosis en 47 de ellas.

Esa afirmación ponía en entredicho la creencia médica de que la presencia de placas en las arterias en personas de edad avanzada era una condición que habían traído la modernidad y la sociedad industrializada con su sedentarismo y su dieta de alimentos ultraprocesados.

Entre los académicos intrigados por esa publicación estaban Kaplan y su colega de la Universidad de California -Santa Barbara- Michael Gurven.

Pero incluso más que los resultados, les llamó la atención el método.

En ese entonces, Kaplan y Gurven llevaban cerca de diez años estudiando a los tsimanes en Bolivia.

Habían llegado a ellos con el propósito de conocer más sobre cómo envejecen las sociedades antes del impacto de la tecnología.

Aunque fueron visitados por los españoles en el siglo XVI, los tsimanes han seguido viviendo según sus costumbres ancestrales, ajenos a la mayoría de los cambios del mundo moderno, con el que hasta hace poco apenas habían tenido contacto.

De hecho, su idioma, el moseten-chimane, refleja su aislamiento: para nombrar gran parte de los artefactos contemporáneos deben usar el español. Para comunicarnos con ellos, fue clave el rol de Jesús, que actuó de traductor.

“En nuestro estudio habíamos notado que los ancianos no mostraban signos de padecimientos propios de la vejez como hipertensión, diabetes o problemas cardíacos, pero nuestra aproximación era antropológica, no médica”, anota Kaplan.

“Solo con un método como el que usó el profesor Thompson, o sea con tomografías computarizadas, podíamos saber exactamente qué ocurría dentro de sus cuerpos”, le explica el especialista a BBC Mundo.

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